El Observatorio Científico y Museo del Mar de Gijón se inserta en el Cerro de Santa Catalina, origen de la ciudad, respondiendo al relieve, vestigios defensivos y perfil costero moldeado históricamente por la actividad industrial y comercial. Explora el límite entre el acantilado y el voluble Mar Cantábrico y entre la ciudad consolidada y el entorno natural, resolviendo el inconcluso remate urbano del barrio de Cimadevilla y dialogando con la cota máxima del Cerro y de las edificaciones, respetando el perfil de la ciudad e icono escultórico.
La ciudad se remata a través de una grieta excavada en la falda del Cerro, recorrido exterior quebrado, descendente, a cubierto y descubierto, que desemboca en el Observatorio. Éste se entiende como una roca más del entorno, con el que se mimetiza, generando un volumen rotundo con vibraciones y sombras en sus fachadas, de distinto espesor y ritmo según orientaciones, atendiendo con inercia a los vientos dominantes y oleaje y respondiendo con fachadas ventiladas y profundos lucernarios al asoleo.
Función y estructura van ligadas. Las patas estructurales descargan sobre la roca y en ellas aparecen espacios de servicio de distinto carácter según crujías, liberando el vano central para la libre disposición de programa. El hueco vertical, de dimensión variable, vertebra el interior y organiza distintos programas, que se asoman a un lado y otro, generando vistas cruzadas. La brisa marina recorre esta chimenea, espacio donde el Artefacto respira y ventila.
Así, los elementos del entorno -agua, tierra, sol y viento-, condicionan la forma y el programa. Se aprovecha la temperatura casi constante del agua marina como medio de intercambio de temperaturas; se genera energía aprovechando el sistema OWC inserto en los rompeolas; y se considera aprovechar la corriente mareal con una preinstalación de turbinas. Dicho basamento genera una propuesta energéticamente autosuficiente y sostenible.